Termina de publicarse la biografía de Blas Yela, pintor y activista republicano de Toledo en el cambio de siglo

El Ayuntamiento de Toledo, dentro de su colección «Cuadernos de Archivo Secreto», termina de publicar un estudio biográfico sobre Blas Yela, notable pintor y fotógrafo nacido en la capital castellano-manchega en 1850. Su trayectoria militante en la política republicana, presente en muchas de las páginas de la obra, ha sido abordada por el autor, José Luis del Castillo, en un interesante capítulo que constituye, junto a algunos trabajos de Lucía Crespo, una de las pocas aproximaciones al movimiento democrático toledano en el último tercio del siglo XIX y el primer cuarto del XX.

La edición digital de Blas Yela: arte y ciudadanía en Toledo en la segunda mitad del siglo XIX puede descargarse pinchando en este enlace.

Reedición del libro Cartas de Conspiradores, de Rodolfo Llopis y Vicente Álvarez Villamil

El doctor Esquerdo y Ruiz Zorrilla en torno a 1890

Hace pocas semanas se presentó en la sede de la Universidad de Alicante en Villajoyosa la reedición del libro de Rodolfo Llopis y Vicente Álvarez Villamil, Cartas de conspiradores. La Revolución de Septiembre: de la emigración al poder, publicado por primera vez en Espasa-Calpe en 1929. La obra recopila una parte de la correspondencia conservada en el archivo privado de Manuel Ruiz Zorrilla, centrada en la época de la oposición progresista y republicana al reinado de Isabel II y los primeros pasos de «la Gloriosa». La iniciativa de recuperar este libro, fundamental para profundizar en un periodo especialmente complejo de la historia de España, partió de Agustí Galiana, presidente de la Associació d’Estudis de la Marina Baixa. Es de agradecer su esfuerzo para difundir una obra tan necesaria para los investigadores del siglo XIX como recomendable para los aficionados a la historia, puesto que no sólo aporta un arsenal de documentación personal sino que ofrece, además, el atractivo de palpar las inquietudes, las frustraciones y las esperanzas de los protagonistas de una historia apasionante. Nosotros sabemos el desenlace de sus conspiraciones. Ellos, en el momento de redactar sus cartas, no. De ahí lo vibrante del relato que componen estos documentos.

La nueva edición, que reproduce la de 1929, cuenta con un prólogo de Eduardo Higueras Castañeda, que en los últimos años ha podido trabajar con el archivo de Ruiz Zorrilla. Merece la pena reproducir sus primeras páginas en Historia y Culturas Republicanas. El prólogo completo, puede consultarse en este enlace.

CONSPIRACIONES DE PAPEL: HISTORIAS DETRÁS DE UN LIBRO

En España, por desgracia, los archivos privados no abundan. Esta escasez, que todos los historiadores lamentamos, es especialmente sensible respecto a los principales dirigentes políticos del siglo XIX. No es que los investigadores deban ocuparse única o, ni siquiera, preferentemente de esos “hombres ilustres” que, conforme a una visión ya muy anticuada de la disciplina, protagonizaron o encarnaron un determinado momento histórico. Todos los hombres y todas las mujeres son protagonistas del cambio social. Pero es innegable que ciertas personas acumularon en sus manos una capacidad de decisión, de agencia, determinante para explicar los procesos históricos en los que participaron. También lo es que algunos personajes ofrecen mayores posibilidades explicativas que otros para profundizar y comprender los cambios sociales sedimentados en nuestro presente o, al menos, para conocer mejor algún aspecto clarificador del pasado.

            Cualquier historiador que opte por usar la biografía como herramienta de análisis comprenderá hasta qué punto la documentación privada puede ayudar a iluminar su objeto de estudio. Por supuesto, el biógrafo puede trabajar sin papeles personales. Pero en ese caso le resultará mucho más complicado entender las motivaciones personales que guiaron al protagonista de su historia, y le será prácticamente imposible penetrar en la dimensión privada de su vida. Hace ahora diez años que lo comprobé de primera mano. En 2010 comencé mi tesis doctoral sobre Manuel Ruiz Zorrilla y, durante algún tiempo, el primer volumen (el único que llegó a publicarse) de las Cartas de Conspiradores, compiladas y anotadas por Rodolfo Llopis y Álvarez Villamil, me proporcionó el único material personal con el que contaba para aproximarme al personaje. Esa correspondencia, publicada en parte en las columnas de El Sol desde 1928[1], y recopilada en la editorial Espasa en 1929, fue clave para completar mi doctorado. Y, puesto que entonces vivía de la investigación, también resultó crucial para ganarme la vida.

            Entre las páginas 14 y 15 de este libro aparece una fotografía. Llopis y Álvarez Villamil posan, de perfil, en un salón de La Pileta, la finca que perteneció al doctor Esquerdo en Villajoyosa. Allí pasó algunos de los últimos meses de su vida Ruiz Zorrilla, tras su regreso a España en 1895. Les separa una montaña de legajos y observan algunos papeles que, atentos, examinan. Trabajan en su obra y, claramente, la tarea es ardua. Durante meses, con esa imagen a la vista, me pregunté dónde estarían esas pilas de documentos, si es que se conservaban. Imaginé que seguían allí, en La Pileta, y me imaginé a mí en el papel de los autores. También me pregunté si llegaron a avanzar en el borrador de los dos volúmenes inéditos. En ese caso, podría haber quedado alguna copia de la correspondencia de Ruiz Zorrilla entre los papeles de los autores.

Tenía, por lo tanto, varios hilos de los que estirar. Por suerte, resultó que tenían cierto recorrido. Pero por desgracia, recorrerlo no era fácil. El profesor José Antonio Piqueras Arenas me dio el primer soplo: el archivo de Ruiz Zorrilla estaba, desde hacía algunos años, depositado en la Residencia de Estudiantes de Madrid, aunque no parecía fácil obtener permiso para acceder a él. De hecho, era casi imposible conseguirlo. Mi director de tesis, Juan Sisinio Pérez Garzón, me ayudó todo lo posible para contactar con los responsables de la Residencia, del CSIC e incluso del Ministerio de Cultura. No obtuve ninguna respuesta. Pasaron algunas semanas frustrantes. Las montañas de papeles que rodeaban a Rodolfo Llopis y a Vicente Álvarez Villamil en la fotografía, las “cartas de conspiradores” que eran la clave de mi tesis, ya no estaban en La Pileta. Se encontraban en una institución pública, pero parecían inaccesibles.

Un día, tecleando a la desesperada “archivo Ruiz Zorrilla” en Google, como había hecho en miles de ocasiones, apareció una web que hasta entonces no conocía, probablemente porque aún no existía: la de la Fundación Esquerdo, vinculada al hospital psiquiátrico de Carabanchel. En la sección relativa al archivo, se indicaba que custodiaban un fondo de Ruiz Zorrilla y otro con documentación de su amigo y albacea, el doctor José María Esquerdo. Marta Soto, archivera de la Fundación, habló conmigo por teléfono. Me indicó que efectivamente, ellos eran los encargados de la gestión del fondo de Ruiz Zorrilla, depositado en la Residencia de Estudiantes, pero cerrado indefinidamente a los investigadores. Era necesario mucho tiempo, un gran esfuerzo y medios, tanto económicos como técnicos y humanos, para clasificar, describir y poner a punto la enorme cantidad de documentación que allí se conservaba. No descartó, eso sí, que pudiera obtener una autorización excepcional para realizar alguna pesquisa.

Redacté un proyecto justificando mi interés por Ruiz Zorrilla. Lo envié y, durante bastante tiempo, no recibí ninguna respuesta. Desanimado, pensé en buscar un nuevo tema de tesis. Pero me quedaba un tercer hilo del que tirar: el de Rodolfo Llopis. El político alicantino, durante la década de 1920, vivió en Cuenca. Era el director de la Escuela Normal de Magisterio —con él estudió mi abuelo, Marcelino que, como la mayoría de sus compañeros, lo admiraba— y, además, fundó la primera agrupación local del Partido Socialista de la ciudad. Sobre estas cuestiones había trabajado mi profesor de la Facultad de Humanidades, Ángel Luis López Villaverde. Conocía al hijo de Rodolfo Llopis, que compartía nombre con su padre y había visitado Cuenca con motivo de una conmemoración poco tiempo antes. Me facilitó su contacto. No tardó en responderme: existía un archivo. Estaba en Alicante. Quien mejor lo conocía era Bruno Vargas, profesor de la Universidad de Toulouse y biógrafo de Llopis.

La casualidad quiso que, pocas semanas más tarde, el profesor Vargas viniera a dar una conferencia a Cuenca en un curso sobre historia de la pedagogía. Al terminar, le pregunté por los papeles de Ruiz Zorrilla. Me explicó que, efectivamente, el político alicantino había seguido trabajando en los restantes volúmenes de las Cartas de Conspiradores, interrumpidas durante Segunda República por las obligaciones oficiales de sus dos autores, y todavía más por la Guerra Civil. Inmediatamente, consulté con la Biblioteca Gabriel Miró, donde se encuentra el legado de Rodolfo Llopis. Me confirmaron que así era: lo que habría sido el segundo volumen de las Cartas de conspiradores se encontraba allí, en bruto. Mi primera reacción fue volver a llamar a Marta Soto, de la Fundación Esquerdo. Se sorprendió. Creo que no esperaba que el archivo de Ruiz Zorrilla se encontrara incompleto. Tampoco que un investigador compartiera sin más una información que, por lo general, suele guardarse de manera discreta, supongo que para sacar mayor provecho. Yo, simplemente, consideré que les gustaría saberlo. Y lo agradecieron. Creo que, por eso, Luisa Bulnes, una de las biznietas del doctor Esquerdo y presidenta de la Fundación, quiso conocerme.

Esta historia la conocen algunos compañeros de profesión y varias personas cercanas. A veces la cuento como anécdota, para explicar el trabajo casi detectivesco que, en ocasiones, nos toca seguir a los historiadores hasta dar con la documentación que necesitamos. Es la historia tras la elaboración de mi tesis o, más bien, la historia de la elaboración de mi tesis. Quizá no parezca la más adecuada para el prólogo de otro libro. Pero quería contarla. Sobre todo, porque al recibir la invitación de Agustí Galiana para redactar este texto, pensé inmediatamente en Luisa. También en Rodolfo Llopis hijo, que falleció hace pocos días en Toulouse, cerca de Albi, la ciudad donde su padre vivió en el exilio y durante la Transición, hasta su muerte en 1983. Hace pocos años pude saludarle en Cuenca, donde volvió para participar en una nueva conmemoración. Le dije quién era. Imagino que no recordaba cómo me había ayudado a seguir la pista de Ruiz Zorrilla en los papeles de su padre y a terminar mi tesis. Se lo expliqué.

Luisa no vio terminada mi biografía. Dedicársela fue triste, porque sé cuánta ilusión le habría hecho leerla. La conocí en “Malvinas”, el edificio anejo al hospital Esquerdo, donde también me presentaron a Juan, su sobrino. También estaba allí Rafael García de Dueñas, que en esas fechas pasó a encargarse del archivo. Hablamos, por supuesto, de Ruiz Zorrilla. Pero lo hicimos con familiaridad, como si se tratara de alguien cercano, de una persona de nuestra confianza. Ella no sabía que su mujer se llamaba María Paz Barbadillo Pueyo: siempre había oído hablar de doña Mariquita. Yo desconocía que, en confianza, la llamaran así. Comentamos la resistencia de su familia a aceptar el matrimonio con “don Manuel”. Creo que también me explicó detalles sobre sus costumbres en la mesa y de cómo su abuela, Luisa, le recordaba, cuando, siendo niña, estuvo en La Pileta. Hablar así de un personaje histórico, para el biógrafo que sufre el secuestro por su biografiado, es normal. Para Luisa también lo era.

Intuí que, de alguna manera, para ella, Esquerdo, Ruiz Zorrilla, el general Prim y doña Mariquita, el capitán Carlos Casero y Ladevese, Mangado, Artola y Narciso Ullana, formaban parte de un presente. Su familia había guardado su memoria, un legado con el que había crecido y con el que había interactuado de manera cotidiana. Las Cartas de conspiradores, que su abuelo, Vicente Álvarez Villamil, había compilado y comentado junto a Rodolfo Llopis era una pieza fundamental en ese legado. De hecho, estaba convencida de que se llegaron a imprimir las galeradas del segundo volumen, que por poco no había llegado a ver la luz. Pese a que se realizaron pesquisas con la editorial Espasa y en el propio archivo de Ruiz Zorrilla, en el que se conserva el material preparatorio del primer tomo, ese documento inédito no apareció por ninguna parte. Por eso, al saber que en el legado de Rodolfo Llopis podían conservarse esas pruebas, recobró la esperanza de recuperar y completar el trabajo de su abuelo.

Por supuesto, el pasado es presente. Puede ser más o menos reconocible. A veces no es sencillo encontrar el hilo temporal que lleva de un punto a otro. Pero, cuando Luisa me invitó a visitar La Pileta, para poder trasladarnos desde allí a Alicante y ver la documentación guardada en el legado de Llopis, comprendí que hay veces en las que el pasado es mucho más que una huella. Dormí en la misma habitación que ocupó Ruiz Zorrilla en la primavera de 1895. Allí estaban algunos de sus muebles y algún retrato que no conocía. En otro cuarto, vi la fotografía de los diputados del partido progresista en 1861. También había otra de gran formato que se popularizó entre los seguidores de Zorrilla y Esquerdo tras la muerte del primero, en la que aparecían ambos. Reconocí una pintura del barco que llevó al político soriano a Italia, donde hace ahora ciento cincuenta años, le ofreció la corona de España a Amadeo de Saboya, y donde, justo antes de partir, pronunció su conocido discurso de “los puntos negros”.

No tuvimos la suerte de consultar el archivo de Llopis. Por el momento, no era posible comprobar si se encontraba allí lo que buscábamos. Necesitábamos un permiso que no teníamos y que me costó mucho tiempo conseguir. De hecho, pasaron un par de años. Entre medias, nos vimos algunas veces. Intercambiamos varios libros: Don Manuel o la agricultura, de Bernardo Víctor Carande; los Recuerdos de un Revolucionario, del capitán Carlos Casero; La bohemia española en París, de Isidoro López Lapuya, no recuerdo si alguno más. Nos llamamos a menudo, y conservo muchos correos suyos, en los que, en broma, firmaba como “Capitán Casero” —por Carlos Casero Ruiz, protagonista de la sublevación republicana de septiembre de 1886— y me llamaba “Manolito”, por Ruiz Zorrilla. Estos correos que cambiábamos para hablar de lo que íbamos descubriendo sobre el personaje y para combinar la manera de consultar la documentación de Alicante, eran otras cartas de conspiradores.

Un día me llamó, justo cuando volvía de un congreso en Módena, en el que había hablado de la Asociación Republicana Militar. Mi tesis estaba avanzada. Había trabajado, mano a mano con Rafael García de Dueñas en la Residencia de Estudiantes durante muchas mañanas con el archivo de Ruiz Zorrilla. Allí me había llamado la atención encontrar, ocasionalmente, las anotaciones con lápices de colores que Rodolfo Llopis y Álvarez Villamil hacían en muchas cartas para indicar si eran más o menos interesantes. A veces identificaban al remitente. Algunas estaban agrupadas dentro de carpetillas de papel dobladas, en las que aparecía el timbre de la Escuela Normal de Magisterio de Cuenca. Me gustaba pensar que una parte de las Cartas de Conspiradores se había escrito, precisamente, en mi ciudad. A esas alturas, ya había publicado algunos resultados en artículos y capítulos, pero todavía me quedaba mucho por hacer.

Recuerdo que descolgué el teléfono con cierto agobio, cargado de equipaje, mientras esperaba un autobús. No sabía a cuál debía subirme. Casi siempre, las conversaciones con Luisa eran largas. Aquella no lo fue. Llevábamos bastante tiempo sin vernos y sin hablar. Sabía que había estado mal y esperaba que me dijera que ya se había recuperado. Me preguntó qué tal estaba, cómo llevaba el trabajo. Le dije, contento, que por fin me habían citado para ver el archivo de Rodolfo Llopis y Alicante. En unos días íbamos a salir de dudas. Me pareció que no le daba importancia. Me dio las gracias. Dijo que mi investigación sobre Ruiz Zorrilla le había ilusionado mucho. Eso lo sabía. Muchas veces me parecía que ella tenía más ganas de verla acabada que yo. No supe o no quise entender que se estaba despidiendo.

Algunos días después fui a Alicante. Durante algunas horas, pude ver las cartas, esta vez ya no de conspiradores, sino de los gobernantes del Sexenio Democrático: Espartero, Olózaga, Rivero, Martos… Al salir del archivo, llamé a Luisa para decirle que, en efecto, estaba todo allí. No las galeradas del libro que ella esperaba encontrar, pero sí los documentos anotados y ordenados por su abuelo y por Rodolfo Llopis. No me cogió el teléfono. Creo que era diciembre de 2012. Rafa García me dio la noticia de que había fallecido. Sentí mucho que no supiera el desenlace de nuestra “conspiración”, ni el de mi tesis, o el libro que escribí a partir de ella[2]. También siento que no haya visto esta reedición del primer volumen de las Cartas de Conspiradores. Estoy seguro de que habría agradecido y le habría ilusionado esta iniciativa. Yo también lo agradezco, y también me ilusiona. Porque es un libro que merece esta nueva vida.

Eduardo Higueras Castañeda

Universidad de Castilla-La Mancha / Seminario Permanente de Estudios Contemporáneos (SPEC)

Cuenca, 16 de octubre de 2020


[1] Bajo ese mismo título, buena parte de las cartas, junto a los comentarios de los autores y con un amplio apoyo de fotografías y grabados, comenzaron a publicarse en las páginas intermedias de El Sol en su número del 14 de octubre de 1928. La primera entrega venía firmada únicamente por Rodolfo Llopis. Más adelante, se añadió la firma de Vicente Álvarez Villamil. A lo largo de 1929 se siguieron publicando, con algunos intervalos, hasta la última entrega, a fines de septiembre. Se trataba, claramente, de coincidir con el aniversario de la Revolución “Gloriosa”. El 16 de octubre de 1929, una reseña de Luis de Zulueta anunció la publicación del libro en la primera plana de El Sol.

[2] Se publicó con el título Con los Borbones, jamás. Biografía de Manuel Ruiz Zorrilla (1833-1895), Madrid, Marcial Pons, 2016. Lo escribí a lo largo de 2015, a partir de mi tesis doctoral, mucho más amplia. Se titula Manuel Ruiz Zorrilla (1833-1895): liberalismo radical, democracia y cultura revolucionaria en la España del siglo XIX. Puede consultarse en versión digital en el repositorio Ruidera de la UCLM:  https://ruidera.uclm.es/xmlui/handle/10578/6533

[3] “El culto a la memoria de Ruiz Zorrilla, el amor a la Patria y al Ejército, el anhelo por la revolución y por la fraternidad republicana y el retraimiento electoral”, debían ser la guía de su política, de acuerdo a sus palabras, que recoge Eleizegui, José, D. José María Esquerdo, Madrid, Biblioteca de “España Médica”, 1914, p. 161.

[4] Gutiérrez Gamero, Emilio, Mis primeros ochenta años, Madrid, Atlántida, 1925; Gómez Chaix, Pedro, Ruiz Zorrilla: el ciudadano ejemplar, Madrid, Espasa-Calpe, 1934.

[5] En su reseña del libro, Luis de Zulueta concluía que Isabel II “no se quiso abrir a una España liberal, europea, el normal camino de una evolución democrática. Y lo que no pudieron proclamar las urnas lo proclamaron poco después las armas”, en “El archivo de Ruiz Zorrilla. La Revolución de Septiembre”, El Sol, 16 de octubre de 1929.

[6] López de Ochoa, Eduardo, De la dictadura a la República, Madrid, Zeus, 1930. No es necesario en un escrito de estas características llenar de referencias bibliográficas ni de notas a pie de página, pero merece la pena mencionar, entre otros trabajos relativos al insurreccionalismo democrático de los militares bajo la dictadura de Primo de Rivera, los que firma Alía Miranda, Francisco, “Conspiradores republicanos contra Alfonso XIII (1926-1930), en Pérez Garzón, Juan Sisinio (coord.), Experiencias republicanas en la historia de España, Madrid, La Catarata, 2015, pp. 149-288; y Duelo de sables: el general Aguilera, de ministro a conspirador contra Primo de Rivera (1917-1931), Madrid, Biblioteca Nueva, 2006.

[7] El Sol, 23 de marzo de 1933. En el mismo número se recoge la copia de una carta enviada por Ruiz Zorrilla al rey Víctor Manuel II de Italia, padre de Amadeo de Saboya, de fines de 1871, facilitada al periódico por Álvarez Villamil quien conservaba “con encendida devoción todos los papeles de aquel ilustre político”. La carta muestra la voluntad de continuar la reivindicación del personaje, en un contexto muy diferente, con la difusión de su archivo. También la de compensar la imagen del conspirador con la del gobernante. Ruiz Zorrilla falleció en Burgos antes de poder trasladarse, como esperaba, a su finca de Tablada y al Burgo de Osma, donde esperaba pasar sus últimos días.

La República, el pueblo, sus cantares y algunos de sus cantores

«El pueblo, se ha dicho, es el mejor de los poetas, el más sublime de los cantores». Así comenzaba Antonio García Vao uno de sus primeros artículos para Las Dominicales del Libre Pensamiento. Se titulaba «Los cantores del pueblo» y fue publicado en el número 25 del periódico que dirigían Fernando Lozano («Demófilo») y Ramón Chíes, correspondiente al 22 de julio de 1883. Era una de sus primeras colaboraciones en el semanario republicano, en el que ya habían aparecido algunas de las composiciones que dieron forma a su libro Ecos de un pensamiento libre (1885).

García Vao tenía poco más de veinte años cuando publicó este artículo. Sólo vivió tres más. A fines de 1886, como explicó Isidro Sánchez, «fue asesinado por un albañil a quien alguien había pagado, el mismo día en que publicaba un artículo contra las órdenes religiosas». No fue, por cierto, el único periodista republicano asesinado en esos años. Así murió tres meses antes el progresista conquense Julián Albaráñez en las inmediaciones de su pueblo, Albaladejo del Cuende. También el ex diputado federal Emigdio Santamaría falleció en circunstancias similares en Vallecas, a mediados de 1882.

A pesar de su juventud, la firma de García Vao ya había adquirido una considerable reputación en la prensa madrileña como colaborador de El GloboLa Ilustración Española y Americana y otras cabeceras de relieve. Su labor intelectual era intensa y prometedora. Lo demuestra su actividad en 1885, cuando al margen de sus publicaciones periodísticas, dio a la imprenta un poemario, un tratado de filosofía grecorromana y otro de filosofía de la historia. Buena parte de su obra impresa (El monaguillo, La encubridora, Amor que mata la fe…) salió a la luz de manera póstuma.

García Vao era manchego, de Manzanares. También Demófilo, redactor de Las Dominicales —y, sin duda, una de las referencias fundamentales para comprender la cultura republicana y la movilización anticlerical en la Restauración—, procedía de la provincia de Ciudad Real. Es significativo que Lozano usara como seudónimo en los periódicos su nombre simbólico de la masonería: «amante del pueblo». Como él, García Vao era masón y se reconocía librepensador y amante del pueblo. De ello trata su artículo «Los cantores del pueblo». De hecho, toda su obra trata de ello.

Antonio Rodríguez García Vao

«Los pueblos artistas difícilmente serán esclavos», era la conclusión del artículo. Es difícil no encontrar «el pueblo», idealizado como una entidad por naturaleza libre y buena, en el centro de las reflexiones republicanas. Enfrentado a la oligarquía explotadora o al clero corruptor, se identificaba, conforme a este esquema, con la virtud, siempre amenazada por el influjo de la esclavitud y la superstición; tendente, siempre, a la libertad y al progreso. De ahí el interés que muchos intelectuales demócratas mostraron hacia las diferentes expresiones de la cultura popular, en las que buscaban un reflejo necesariamente sencillo de esa virtud natural y espontánea del buen pueblo.

La tradición popular no podía ser en su origen un registro de valores de sumisión, de fanatismo o superstición, ni un lastre reaccionario en la vocación popular hacia la libertad: «es muy de notar que lo que menos ha inspirado al pueblo español ha sido la religión, a pesar de habérsele tenido por católico ferviente. Es más; muchos de sus cantares lo que muestran e indican es poco respeto a la religión». Por eso García Vao, al hablar de sus cantares, los caracterizaba, basándose en una coplilla sobre el Cid, como «la representación más genuina de nuestro carácter independiente y republicano».

Más allá de las aristas interpretativas que conlleva este análisis republicano acerca de lo popular, lo verdaderamente relevante es comprobar cómo se extendió una sensibilidad preocupada por registrar las expresiones de lo que comenzaba a definirse como «folk-lore» desde una perspectiva progresista. Un propósito que, a la vez, implicaba reconocer la dignidad del género en sus diversas manifestaciones, y su reivindicación. A ello dedicó gran parte de su vida otro Demófilo, Antonio Machado Álvarez, uno de los principales impulsores de los estudios folcloristas en la España de fin de siglo.

A este «Amante del pueblo», miembro de una saga de intelectuales vinculados con el liberalismo radical en el Sexenio y con el institucionismo en la Restauración, le dedicó algunas páginas Ian Gibson en su biografía sobre su hijo Antonio (Ligero de equipaje, 2007). Seguramente merece algunas más. Estirando del mismo hilo podría, por ejemplo, llegarse a otro interesante intelectual republicano, volcado en el estudio del folclore de su comarca y convencido de que en la esencia de lo popular podían también encontrarse claves para la convivencia democrática. Hablo de Luis Ríus Zunón.

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Luis Ríus Zunón (1901-1974)

No me voy a detener mucho en él. Nació en Tarancón (Cuenca) en 1901. Su carrera política le llevó, durante la Segunda República, al gobierno civil de diversas provincias. De la suya, entre otras. La guerra le obligó a exiliarse y murió en México en 1974. En la actualidad, su figura y su obra ha sido rescatada desde la perspectiva de los estudios literarios gracias a los esfuerzos de César Sánchez Ortiz, Pedro Cerrillo y María Olmedilla. De los barrios pobres de Tarancón, al exilio, Ríus se llevó la música. Allí la conservó. Y de allí, de vuelta, se la trajo Javi Collado, la voz de «Zas-Candil!«. A su manera, otro «Demófilo». El documental, «Memorias transatlánticas«, incluido en su segundo disco (En el camino, 2018), explica con detalle esta peripecia.

La música y la poesía, en el caso de Ríus, fueron un remedio contra el desarraigo y sus heridas; un puente cultural entre su pueblo y el destierro. De paso, conservó y desarrolló una tradición que, al otro lado del Atlántico, seguía su propio camino. De ese buen pueblo de la tradición progresista, de la virtud que los republicanos identificaron en sus esencias, de su vocación independiente y libre, de su dignidad, habla el pasodoble «Al baile«: «Al de los ricos no voy / voy al baile de los pobres / que los ricos bailan sólo / lanceros y rigodones / Yo no se hacer reverencias / propias de la gente noble / porque me brinca la sangre / en cuanto oigo dos acordes».

El amor (a la lectura) en tiempos del COVID-19

Queridas amigas y amigos:

Tal y como todos sabemos, estos tiempos que corren nos han obligado a vernos recluidos en nuestras casas y a protegernos a nosotros mismos y a los nuestros por medio del confinamiento y el enorme ejercicio de disciplina y sacrificio que ello conlleva. Para las y los historiadores, esta situación de «vida monacal» no nos es completamente ajena, teniendo en cuenta que nuestro trabajo pasa por incontables horas de lectura, reflexión y puesta por escrito de nuestras investigaciones y reflexiones. El encierro, entre quienes nos dedicamos al análisis histórico, es tan frecuente como la soledad de nuestra investigación científica, aunque también es verdad que nos necesitamos los unos a los otros en nuestros grupos de investigación, nuestras redes, los seminarios, congresos, encuentros y jornadas…

Y, más allá de esto, lo que sí que es imposible en estos momentos es acudir a las bibliotecas y archivos para poder recopilar y consultar nueva bibliografía o fuentes en nuestros trabajos. Unos recursos que no sólo sirven para nuestras propias investigaciones científicas, sino también para preparar material docente, por ejemplo. Por consiguiente, las iniciativas de algunas editoriales y bibliotecas virtuales de abrir sus contenidos para su libre descarga son ahora mismo todo un alivio para quienes debemos continuar produciendo y transfiriendo conocimiento sin poder salir de nuestras casas. Desde Historia y Cultura republicanas queremos compartir con vosotros un par de enlaces que pueden seros de ayuda en vuestros propios trabajos o si, simplemente, buscáis nuevas lecturas con las que entreteneros en estas semanas de encierro.

En primer lugar, podéis recurrir al amplio dossier de bibliografía que la Casa de Velázquez ha dejado en open access: https://books.openedition.org/cvz/ (Para poder descargaros cada libro, basta con que cliquéis en la portada. Una vez en la página de esa obra, a la derecha podéis elegir entre leerla en acceso abierto o descargarla en PDF). Os dejamos también el enlace de otra página web, correspondiente a la Biblioteca Digital Santiago, en la que podréis encontrar un catálogo de obras no sólo del ámbito de la Historia, sino también de Filosofía, distintas Ciencias Sociales y, también, de Ciencias Naturales y Matemáticas. https://www.bibliotecadigsan.com/. En este caso, cuando entréis en una de las páginas destinadas a cada disciplina o área de conocimiento, aparecerán las obras con una pestaña en la que clicando, podréis descargar el libro completo en PDF (a veces tarda un poco en cargar, dependiendo también de la velocidad de red).

Si conocéis algún otro medio por el que puedan obtenerse copias gratuitas de libros en formato PDF, no dudéis en escribirnos en los comentarios de esta entrada o en nuestras redes sociales (Facebook y Twitter). También podéis hacernos llegar un correo electrónico a: historiayculturarepublicanas@gmail.com

Esperamos haberos facilitado nuevos recursos bibliográficos en las circunstancias que estamos viviendo todos. Desde la Red de especialistas en historia del republicanismo Historia y Cultura Republicanas os enviamos mucho ánimo y un afectuoso abrazo. Ah, y no lo olvidéis, sobre todo porque ahora tendréis aún más lectura… ¡Quedaos en casa!

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El republicanismo español durante la Transición. Otra mirada sobre el proceso de democratización en la España de los años setenta:

Antes de comenzar esta breve entrada, quiero agradecer a las y los miembros de Historia y Cultura Republicanas su invitación a participar en esta red de especialistas en el republicanismo español. En mi caso, espero aportar mi granito de arena desde el estudio de los republicanos durante un periodo poco estudiado por la historiografía sobre el republicanismo que podemos entender como “histórico”. Me refiero al periodo que comprende la crisis final del régimen franquista y el inicio de la transición hacia la democracia en España.

Más allá de 1939 y la derrota de la Segunda República en la Guerra Civil, los historiadores que han trabajado sobre el republicanismo español lo han hecho, sobre todo, desde los estudios sobre la clandestinidad y, muy particularmente por su relevancia sociocultural en los países de acogida, sobre el exilio llamado, en términos generales, “republicano”. En este sentido, no sólo se ha analizado la realidad de los herederos directos del republicanismo histórico sino la de todos aquellos partidos y fuerzas políticas y sindicales que defendieron la Segunda República y fueron derrotadas igualmente en la guerra y condenadas a lo que elocuentemente Fernando Valera designó como los tres “ierros”: destierro, encierro o entierro. Para la Transición, la tendencia general se basó en interpretar que del republicanismo ya no existía o, a lo sumo, había muerto casi al mismo tiempo que Franco.

Sin embargo, en mi tesis doctoral, Los Últimos de la Tricolor: republicanos y republicanismo durante la transición hacia la democracia en España (1969-1977) me propuse revisar esta interpretación y valorar hasta qué punto el republicanismo español sobrevivió o no a Franco y qué posibilidades tenía durante los primeros momentos de la Transición. En mi estudio me centré tanto en los últimos gobiernos de la República en el exilio como en el partido político ARDE (Acción Republicana Democrática Española) y comparé su proyecto y acción políticas con otros grupos de la oposición antifranquista, así como con el propio gobierno postfranquista liderado por Adolfo Suárez desde julio de 1976. Asimismo, todo ello me permitió constatar si del republicanismo histórico quedó algo más allá de este periodo o si, por el contrario, desapareció después de ser una de las principales propuestas alternativas, no solo como Estado sino como cosmovisión, desde al menos el primer tercio del siglo XIX español. Considero que este tipo de estudios permite revisitar un proceso histórico tan complejo como el de la transición y, del mismo modo, ponerlo en relación con otro de los grandes temas de la historiografía española como es el estudio del republicanismo a lo largo de nuestra Historia Contemporánea.

Jesús Movellán Haro

Construir la patria desde el exilio: una nueva mirada a la emigración política en la historia de España

Hace pocos meses Jordi Pomés y Manuel Santirso publicaron como editores una novedad bibliográfica que no puede pasar por alto en este blog. Se trata del volumen colectivo titulado, de manera muy acertada, Patrias alternativas. Expulsiones y exclusiones de la España oficial en la época contemporánea (Minerva, 2019). No se puede entender, en efecto, la construcción de una «España oficial» sin el juego de inclusiones y exclusiones (incluso de eliminaciones) que caracterizó históricamente el despliegue de la nación. Y la exclusión, por supuesto, tuvo mucho que ver con la protesta y la disidencia política frente a las desigualdades del absolutismo, primero, y, más adelante, del propio Estado liberal. Las mujeres liberales del primer liberalismo, los progresistas del 1848, los socialistas y anarquistas del cambio de siglo o los exiliados de la guerra civil son protagonistas inevitables de esta perspectiva.

También lo son, por supuesto, los republicanos. Y sobre ellos escribe Pere Gabriel, uno de los mejores conocedores de la democracia histórica en sus diversos derroteros. Lo hace, en concreto, sobre una referencia ineludible si se trata de hablar de exilios: la de Ruiz Zorrilla. Pero, en esta ocasión, arrancando de materiales de archivo sobre los que avanzó en trabajos anteriores (en el volumen París, ciudad de acogida que coordinaron en 2010 Fernando Martínez, Jordi Canal y Encarnación Lemus), propone una interpretación sobre el influjo del «director del exilio republicano en Francia» (p. 92) sobre el movimiento federal, sus aproximaciones, distancias, nexos y rupturas. Una perspectiva pertinente, sin duda, que se engarza en una compilación igualmente necesaria sobre un ingrediente esencial en la definición del Estado contemporáneo: la exclusión política.

978841789313

RESUMEN: Exiliados, milicianas, prófugos, purificadas, refugiados, reprimidas, conspiradores, asiladas, intrigantes, relegadas, huidos, marginadas, escondidos… y muchos y muchas más componen el reverso de la España oficial que se construyó a partir de 1808 y ha llegado hasta hoy. Este libro narra las vicisitudes de una pequeña parte de quienes formaron o propusieron un país distinto, a menudo con tantas luces y sombras como el que al final se impuso. Así ocurrió en el resto de la Europa contemporánea, y así tenía que suceder en uno de sus territorios donde la experiencia histórica de esos dos siglos fue más intensa.

Ramón Elices: aproximación a un militar y publicista republicano

Hace unos años, buceando en un libro sobre la historia local de un pueblo lindero al de mi padre, el autor (un sacerdote que se dedicó en su vejez a la catalogación y transcripción de los documentos del archivo municipal) recordaba una máxima con la que cualquier historiador se sentirá plenamente identificado. Parafraseándole, venía a decir algo así como: “en la Historia, como en la pesca, para uno que sale, se escapan ochenta”. Se congratulaba del hallazgo de un expediente judicial, riquísimo en detalles y anécdotas, en el que se reflejaba el “divertido testimonio” (según el transcriptor) de una esposa casada con un marido adúltero, y la venganza que esta urdió contra el cónyuge infiel.

Sirva esta introducción para expresar una de estas cosas que, por el azar intrínseco a la labor investigadora, sacuden y animan el trabajo en los archivos y las bibliotecas. Interesado en el estudio de las culturas y tradiciones de pensamiento político, y su permeabilidad en el Ejército, apareció por sorpresa la figura de Ramón Elices Montes. Nacido en Baza en 1844 (dentro, por tanto, de la llamada “generación de la revolución”), este granadino no desarrolló únicamente la carrera militar, sino que se dedicó (en ocasiones, simultáneamente) a la literatura, la dramaturgia, el periodismo y, en sus últimos años, a la representación comercial y financiera de entidades hispanoamericanas en la España peninsular. Su prolífica producción en fuente impresa ha permitido una sugerencia de biobibliografía centrada en lo que F. Dosse, entre otros, denominó como “biografía intelectual”.

Dicha propuesta de reconstrucción biográfica, cuya publicación se encuentra pendiente, permitirá representar a un complejo soldado e intelectual que, por medio de la puesta en diálogo de su expediente militar, sus causas judiciales, su amplia producción de temática histórico-política (primándose su devenir ideológico) y los contextos en los que se desarrolló personal y profesionalmente, pretende ofrecer la imagen más completa posible. A nadie dejan indiferente sus zigzagueos ideológicos: su primera adscripción a la monarquía parlamentaria resultante de la Constitución de 1869, el viraje hacia la república federal, la vuelta al régimen de monarquía limitada, para retomar su filiación al federalismo pimargalliano y acabando en su última etapa mostrando sus simpatías hacia los gobiernos liberales de la Restauración.

Todo ello trufado de experiencias tales como un primer destino militar cubano (1870-1873), su participación en la III Guerra Carlista (1874-1876), sucesivos apresamientos y presidios (1877-1879), el secuestro y condena de su obra política (1878-1879), y su marcha hacia el exilio voluntario a destinos europeos e hispanoamericanos (1879-1887) marcaron indudablemente la maduración de sus postulados ideológicos e intelectuales. Unos postulados que, puede considerarse, orbitaron alrededor de varios ejes: su percepción del plano corporativo del Ejército, su persistente adecuación política (aunque siempre de tendencia progresista), y su interpretación individual de los códigos de honor, del americanismo, y del exilio.

JAIME TRIBALDOS MILLA

Memorias del exilio republicano

Recientemente apareció un nuevo libro sobre el exilio de la IIa República. Bajo el título: Caminando fronteras. memorias del exilio republicano españolb, bajo la coordinación de Pilar Nova Melle y Elena Sánchez de Madariaga. Ha sido recientemente publicado por la Asociación Descendientes del Exilio Español. (Madrid, 2019, DL. M-16282-2019) Acceso online al libro

ExiliosRecogemos seguidamente el sumario para su interés
Regás Pagés, Rosa “Prólogo” pg. 7-8
Nova Melle, Pilar “Prefacio” pg. 9-10
Sánchez de Madariaga, Elena “Introducción: el exilio republicano en la memoria” pg. 11-16

Testimonios:
Capítulo 1. Aub Barjau, Elena; Álvarez Aub, Federico David. “Mi querido Max” pg. 17-26
Capítulo 2. Giral Barnés, Ángela “Éxodo de la família Giral Barnés” pg. 27-42
Capítulo 3. Líster López, Enrique “El día más amargo en la vida de Líster” pg. 43-50
Capítulo 4. Madariaga Álvarez-Prida, Pura de “Recuerdos de infància de la guerra y el exilio”, pg. 51-66
Capítulo 5. Negrín, Carmen “¿Exilio? ¿Cuál exilio? Pg. 67-82

Voces institucionales
Capítulo 6. Font Agulló, Jordi; Serrano Jiménez, Miquel (Museu Memorial de l’Exili-MUME) “Fronteras, acogida e internamiento. Memorias del éxodo republicano de febrero de 1939 y de la llegada a Francia”, pg. 83-102
Capítulo 7. Escudero Galante, Francisco (Centro de estudiós Miguel Hernández) “Miguel Hernández: el exilio frustrado”, pg. 103-114
Capítulo 8. Aroca Mohedano, Manuela (Fundación Francisco Largo Caballero) “La odisea de Francisco Largo Caballero en el exilio: la verdadera faz del enemiga” pg. 115-130
Capítulo 9. Ruiz Rico, Javier (Fundación Domingo Malagón) “El muy leal y discreto Domingo Malagón”, pg. 131-142

III. Estudios
Capítulo 10. Guardia Herrero, Carmen de la «¿Se puede hacer patria?, el camino hacia el exilio de Victoria Kent», pg. 143-158
Capítulo 11. Vicente, Henry «Escribir desde lo que se desvanece, los cuadernos autobiográficos de Luis Lacasa en el exilio» pg. 159-174
Capítulo 12. Molina, María Lourdes «Navegantes de la vida, venid a escuchar una noble historia: los surcos de la Guerra Civil y del exilio en la travesía de María Teresa León» pg. 175-202
Capítulo 13. Sueiro Seoane, Susana «Venturas y desventuras de <<la leona>>: exilio y trayectoria vital de Federica Montseny» pg. 189-202
Capítulo 14. Lorenzano, Sandra «Me quemo los Labios» pg. 203-220

80cumpleInformamos también del curso «El exilio republicano y los lugares de acogida» que empieza hoy lunes 10 de febrero. Realizado por Jorge de Hoyos Puente y Diego Gaspar Celaya, a petición de la Comisión Interministerial para la Conmemoración del 80 aniversario del exilio republicano español. Con el objetivo de  trabajar el exilio en el aula desde una perspectiva multidisciplinar, en la que prime un aprendizaje activo, crítico y significativo. Este curso se desarrolla en la plataforma del Instituto Nacional de Tecnologías Educativas y de Formación del Profesorado (INTEF), desde el lunes 10 de febrero hasta el viernes 28 de febrero, con una dedicación aproximada de 6 horas. Enlace NOOC.

El regreso de los exiliados republicanos a fines del siglo XIX

En mayo de 2015, la Universidad de Pau et des Pays de l’Adour celebró un congreso multidisciplinar en torno al amplio concepto del retorno. Participé —después de equivocarme de fechas, de convencer a mi primo Eduardo para que me llevara en coche desde San Sebastián, de confundirme de mesa de inscripción (aún me pregunto en qué me apunté, pero puse diez pavos) y de ser rescatado por Roberto Ceamanos (le reconocí por la calle gracias a la foto de la solapa de un libro sobre la Comuna que estaba leyendo) y Óscar Álvarez Gila mientras buscaba mi hotel— con una comunicación sobre el regreso de los militares republicanos que se habían exiliado en Francia tras las rebeliones de 1883 (Badajoz y Seu d’Urgell) y 1886 (Madrid). Con Óscar he vuelto a coincidir. A Roberto aún le debo 20 euros (llegué solo con los 10 que me dejé en nosequé y no había cajero a mano para pagarme la cena). Lo que me queda de aquello es un gran recuerdo de ambos, y también de Laurent Dornell, organizador del congreso, de Hélène Finet, que coordinó mi mesa y de la pizzería portuguesa que había frente al hotel.

Los organizadores tuvieron la estupenda idea de grabar todas las intervenciones, compartirlas con los participantes y colgarlas en Médiakiosque. El propósito de esta entrada era, de un lado, rescatar esa intervención y, de otro, probar el formato video que, al parecer, requiere de un tipo de cuenta del que no disponemos en Historia y Culturas Republicanas. Pero nada puede detenernos, y resolver ese inconveniente es tan sencillo como pinchar aquí. No es mi mejor perfil y, probablemente, tampoco fue mi mejor día. Pero, quien esté interesado en el exilio republicano de fines del XIX —no somos muchos los que tenemos esa clase de desvelos, pero quién sabe—, encontrará algunas ideas sobre el problema del retorno. Además tardará menos en ver este video que en leer el capítulo de libro que salió de esta comunicación.